Los hermanos

‘Una… hermosa milonga... de Atahualpa Yupanqui. Los hermanos se llama,’ así se oía la voz emocionada de Mercedes Sosa en la grabación en vivo del primer recital en Buenos Aires después de la dictadura militar. Y después de la ovación del público, empezaba ‘Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar en el valle, en la montaña, en la pampa y en el mar. Cada cual con sus trabajos, con sus sueños cada cual, con la esperanza adelante, con los recuerdos detrás, yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar.’ Cuando llegaba al ‘y en nosotros, nuestros muertos, pa’ que nadie quede atrás,’ la gente volvía a ovacionar, jubilosa de poder expresar abiertamente dolores tantos años oprimidos y se caía la sala de emociones compartidas cuando concluía ‘…y una hermana muy hermosa que se llama libertad.’

Que Atahualpa Yupanqui haya nacido cerquita de Pergamino (recuerdo haber pasado en el Citroen, una flecha indicaba el nombre de un pueblito pero desde donde estábamos se veían sólo unas casas, y oír comentar a mi padre o mi madre ‘aquí nació…’ y unirse en mi mente ese descampado con la voz seca y la guitarra en el disco) quizás parezca no venir a cuento. A menos que crea –y ustedes que leen lo crean conmigo- que la construcción de esa ancha red de ‘hermanos’ desperdigados por el mundo ya fuera semilla entonces.

No había vuelto a escuchar ‘Los hermanos’ desde que perdí el cassette que me había grabado Nicolás hace años. Pero el otro día, a la salida de clase, se me apareció Brigitte –una alumna algo mayor que yo- con una pila de CDs para mí. El domingo me dio por escucharlos y empecé por el que dice, en marcador rojo, letra de Brigitte, ‘Mercedes Sosa interpreta a Atahualpa Yupanqui’.

La emoción ante cada canción –me asombro mientras pongo agua en la olla para la comida, mientras Lorenzo me habla y Oliver acaricia al cuis- sigue intacta. Me dejo inundar el alma, me voy lejos atravesando los espacios que se han quedado pegados a cada una de ellas. Juego conmigo misma a adivinar cuál sigue y cada comienzo es un ‘aaah… ésta’. Incluso se las pongo a mi madre por teléfono mientras conversamos, ella en Buenos Aires, yo en Bruselas, y en su exclamación sé que revive como yo todo lo que hay detrás de esa música.

Es una ley hasta física si se quiere, toda esa inmensidad dentro tiene que rebasar por alguna parte así que, después de evaluar que ni el vocabulario ni los verbos son demasiado difíciles, decido llevarles ‘Los hermanos’, milonga de Atahualpa Yupanqui interpretada por Mercedes Sosa, a los alumnos. Y como además soy obsesiva, se la llevo no sólo a los del martes sino también a los del miércoles y a los de la Comisión.

Del grupo del martes –primer nivel, unas pocas personas en un auditorio inmensamente desproporcionado- retengo la sonrisa generosa, la cabeza asintiendo al ritmo, de Barbara, y la mirada de reojo, estudiándome, como descubriendo un aspecto mío que no sospechaba, de Nicolas.

En la Comisión, me sorprende Andrzej, polaco, captando exactamente y sin que medie ninguna explicación, el sentido de la expresión ‘curtidos de soledad’. Menos bien me cae la respuesta de Heikki, finlandés, ante mi pregunta ‘¿quiénes son los hermanos ?’ : ‘los argentinos’ dice, con un dejo de burla e incapaz de ver la universalidad del poema.

A la misma pregunta, Valérie, del grupo del miércoles, responde en cambio ‘los amigos’.
‘Sí, claro’, le digo. La escucha ha sido atenta y respetuosa. Brigitte, la generadora de todo esto, no ha venido (su hijo Vladimir se cayó trepando a un árbol y está en el hospital), así que le doy una copia de la letra a Bernadette, su hermana gemela, segura de que llegará a sus manos.

Sed de milagros tenemos en estos tiempos. Benito solía decirme que yo tenía un montón de amigos ‘congelados’. Creo que más acá de la cubana hipérbole, tenía razón : he dejado de llamarlos a los que viven lejos por temor a no encontrar el eco esperado, a haber perdido las resonancias que nos unían, a romper una imagen que, congelada, puedo manipular a mi antojo, a decepcionarme y decepcionarlos.

Pero… ha de haber sido la canción, o la suma de circunstancias, o la intuición repentina, reveladora, de que el poema estaba hablando de mí, de mi vivencia, de mis amigos, de la red que somos desperdigados por todas partes. ‘Nos perdemos por el mundo, nos volvemos a encontrar. Y así nos reconocemos, por el lejano mirar, por las coplas que mordemos, semillas de inmensidad.’ Caben todos en esos versos, los de antes, los de ahora, los de siempre, los que vendrán… en ese reconocerse por la mirada, por lo que digo, por lo que escribo, por lo que soy.

El miércoles a la noche pensé en Marisa y su dolor de espalda, allá lejos en Bariloche, y en que quizás le haría bien saber que estaba pensando en ella. Y la llamé. Y cuando corté, pensé en Alejandra -¡en agosto va a hacer 17 años que no la veo a Alejandra !- y en lo que me había contado Fabián por mail, que el hijito no andaba nada bien, que a veces amanecía como muerto… Y no pensé más y la llamé : ‘Ale, te llama Dulce.’ Su exclamación de alegría al otro lado es inmensa, y hablamos y hablamos, del trabajo, de los hijos, de los proyectos, de Buenos Aires… ‘Ale, acá es más de la una y mañana tengo que levantarme a las seis y media…’ En la costa californiana serían las cuatro o cinco de la tarde.

Me cuesta dormirme luego, he estado en Bariloche y en Los Angeles y en Pergamino y en Buenos Aires, y hasta en Venado Tuerto (también Matías me ha escrito hoy) y estoy poniendo la cabeza en mi almohada de Bruselas. Todos los que aquí nombro, y muchísimos que no (por eso de la brevedad), están en mi corazón, van conmigo a todas partes.

Cuando termine de escribir, les enviaré este texto a Ale, a Marisa, a Fabián, a Benito, a Matías, a Nicolás, a Brigitte, a mis padres. Hoy, 4 de abril, la Irmet cumpliría 92 años, ella también va conmigo a todas partes.

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